Boulogne-sur-Mer,
2 de noviembre de 1848.
Excmo.
Sr. Capitán general D, Juan Manuel de Rosas.
Mi
respetable general y amigo:
A pesar
de la distancia que me separa de nuestra patria, usted me hará la justicia de
creer que sus triunfos son un gran consuelo a mi achacosa vejez.
Así es
que he tenido una verdadera satisfacción al saber el levantamiento del injusto bloqueo
con que nos hostilizaban las dos primeras naciones de Europa; esta satisfacción
es tanto más completa cuanto el honor del país, no ha tenido nada que sufrir, y
por el contrario presenta atodos los nuevos Estados Americanos, un modelo que
seguir y más cuando éste está apoyado en la justicia. No vaya usted a creer por
lo que dejo expuesto, el que jamás he dudado que nuestra patria tuviese que
avergonzarse de ninguna concesión humillante presidiendo usted a sus destinos;
por el contrario, más bien he creído no tirase usted demasiado la cuerda de las
negociaciones seguidas cuando se trataba del honor nacional. Esta opinión
demostrará a usted, mi apreciable general, que al escribirle, lo hago con la
franqueza de mi carácter y la que merece el que yo he formado del de usted. Por
tales acontecimientos reciba usted y nuestra patria mis más sinceras enhorabuenas.
Para
evitar el que mi familia volviese apresenciar las trágicas escenas que desde la
revolución de febrero se han sucedido en París, resolví transportarla a este
punto, y esperar en él, no el término de una revolución cuyas consecuencias y
duración no hay precisión humana capaz de calcular sus resultados, no sólo en Francia,
sino en el resto de la Europa; en su consecuencia, mi resolución es el de ver
si el gobierno que va a establecerse según la nueva constitución de este país
ofrece algunas garantías de orden para regresar a mi retiro campestre, y en el
caso contrario, es decir, el de una guerra civil (que es lo más probable),
pasar a Inglaterra, y desde este punto tomar un partido definitivo.
En
cuanto a la situación de este viejo continente, es menester no hacerse la menor
ilusión: la verdadera contienda que divide a su población es puramente social;
en una palabra, la del que nada tiene, tratar de despojar al que le posee;
calcule lo que arroja de sí un tal principio, infiltrado en la gran masa del
bajo pueblo, por las predicaciones diarias de los clubs y la lectura de miles
de panfletos; si a estas ideas se agrega la miseria espantosa de millones de
proletarios, agravada en el día con la paralización de la industria, el retiro
de los capitales en vista de un porvenir incierto, la probabilidad de una
guerra civil por el choque de las ideas y partidos, y, en conclusión, la de una
bancarrota nacional visto el déficit de cerca de 400 millones en este año, y
otros tantos en el entrante: éste es el verdadero estado de la Francia y casi
del resto de la Europa, con la excepción de Inglaterra, Rusia y Suecia, que
hasta el día siguen manteniendo su orden interior.
Un
millar de agradecimientos, mi apreciable general, por la honrosa memoria que
hace usted de este viejo patriota en su mensaje último a la
Legislatura
de la provincia; mi filosofía no llega al grado de ser indiferente a la
aprobación de mi conducta por los hombres de bien.
Esta es
la última carta que será escrita de mi mano; atacado después de tres años de
cataratas, en el día apenas puedo ver lo que escribo, y lo hago con indecible
trabajo; me resta la esperanza de recuperar mi vista en el próximo verano en
que pienso hacerme hacer la operación á los ojos.
Si los resultados
no corresponden a mis esperanzas, aun me resta el cuerpo de reserva, la resignación
y los cuidados y esmeros de mi familia.
Que
goce usted la mejor salud, que el acierto presida en todo lo que emprenda, son
los votos de este su apasionado amigo y compatriota.
José de
San Martín.
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